Desde lo más alto de Bergen las vistas son maravillosas. Se atisba el puerto, las casas de los obreros y el atardecer en una tarde nublada donde por una vez nadie aprecia el cielo. El gentío se agolpa en la colina del Salmón, el lugar elegido por la UCI para poner picante a un recorrido que vuelve a ser favorablepara los hombres rápidos. Las especulaciones son enormes en los días previos: que si Bélgica es la selección más fuerte, que si cuidado con Kwiato o Alaphilippe, que si Gaviria revivirá la primavera colombiana….hasta que la ley del sprint se impone en un grupo no tan reducido y Peter Sagan vuelve a dejar a todos con la boca abierta.

Volvió a pasar y todos estaban más que avisados. Ocurrió en Richmond, se repitió en el desierto de Doha y como si de un bonito sueño se tratase volvió a pasar en la capital de los fiordos. Desaparecido de los grandes focos desde su expulsión del Tour volvió Sagan y lo hizo a lo grande. El mejor del mundo en su especialidad, la bendición para el ciclismo, ese hombre capaz de estar en el día más importante y en el momento más importante. El hombre arcoíris, el único que vestirá el maillot más bonito del pelotón durante tres años consecutivos. Quizás, también pueda llegar a ser el único que sume cuatro mundiales en su palmarés
La mañana comenzaba apática en Bergen. Y mientras tanto, Sagan le decía al speaker que tenía 11 vueltas para conocer un circuito que se le adaptaba como anillo al dedo. Entonces, llegó la fuga consentida y después la de nivel. Y todas – se palpaba en el ambiente – estaban condenadas a morir en la última vuelta. Esa donde nos quedamos sin tele y probablemente nos perdimos los movimientos más destacados en el pelotón. Ese del que desaparecieron los corredores españoles por una caída y porque no era ni su día ni su terreno. Insbruck será otra historia, o en eso confía Javier Mínguez como nos dijo a lo largo de la tarde en Tablero Deportivo.

Lo que pasó después ya es historia. Historia viva del ciclismo con un Peter Sagan imperial que superó al mejor Kristoff de los últimos años y dejó a años luz a un Michael Matthews que reflejó mejor que nadie la frustación del pelotón. Es Peter Sagan, un ciclista diferente y necesario en el pelotón. El hombre del hype, de los malos modos y la publicidad. Pero sobre todo un corredor cargado de clase. Ese que ha conseguido sacar un arcoíris en tres continentes diferentes. El de Bergen ya brilla con luz propia mientras se refleja de una forma exquisita sobre el puerto de la ciudad. Ha sido un Mundial precioso, por el público, por la localización y por las vistas. Quizás eso era lo de menos, porque los campeonatos del mundo siempre merecerán la pena si está presente la clase y el estilo de Peter Sagan.